La anfitriona de una fiesta para filántropos en una
mansión al aire libre se dirige a Seth.
“Y a qué te dedicas?”.
Seth reflexiona antes de contestar.
“Para que lo entienda, soy como un defensor de la
ley”.
“Vaya, que interesante”.
Tomando a broma la respuesta de Seth, la dama comienza
a reírse abiertamente. Seth trabaja por el bien de la sociedad. Su presencia
esta noche no es casualidad.
El marido de la vieja dama es un capo de la droga que
lidera a los insurgentes del sureste de Asia. Su mujer no tiene ni idea. Si
supiera que casi todo el capital que ha invertido en la filantropía proviene de
la amapola, no actuaría con tanta inocencia.
Mientras charla con la dama, Seth levanta el dedo en
el que lleva el anillo con cámara para reunir pruebas contra su marido.
Si lograba enviar a las autoridades todas las pruebas
de la fiesta, no volvería a ver el cabello de su marido. Seth sacude la cabeza
levemente, presionándose las sienes.
“Creo que he bebido un poco de más”.
No le dolía la cabeza, sino la conciencia, viendo cómo
se dejaba engañar esa mujer.
“Oh, pobrecito”.
“¿Me disculpa? Voy a tomar un poco de aire a ver si se
me despeja la cabeza”.
“Adelante, la noche es joven después de todo”.
“Volveré enseguida”.
Con una reverencia se despide de su crédula
informadora y del resto de invitados y se dirige a las inmediaciones del
estanque.
“¿Quiere un vaso de agua fría, señor?”.
Un camarero alto equipado con una bandeja se le acerca
de camino al estanque. Seth, vigilando detrás suyo, le echa una mirada.
Un instante después ambos se hacen una estudiada
reverencia.
“Gracias”.
Tras beberse de un trago el agua, Seth se quita el
anillo, lo deja en el vaso vació y lo devuelve a la bandeja.
“Una cosa más”.
“Dígame, señor”.
“Por favor, dígale a la señora que me siento
indispuesto y me he ido a casa y que sabré compensarla por mi falta de
cortesía.
“Así lo haré”.
El camarero se inclina ante Seth, que se marcha y
presenta sus disculpas ante la señora.
“Misión cumplida… supongo”.
No cabe duda de que ese jardín, lleno de
personalidades del mundo de la política y de las finanzas, estará a rebosar de
policía mañana a mediodía, y entre ellos estará el camarero con su placa cosida
en el uniforme, y la señora del vestido caro mirará boquiabierta como se llevan
a su marido.
“Disculpe señora. Este es el precio de la justicia
social”.
Seth se arranca el pañuelo y se echa la chaqueta del
esmoquin al hombro, mirando con tristeza hacia la puerta decorada.
Lo que había hecho a Seth acercarse al poderoso jefe
de South Town, Fate, era la necesidad de contactar con Addes, que dirigía
Mephistopheles. No tenían establecido ningún contrato, pero ambos habían
llegado a cierto entendimiento.
Seth proporcionaría a Fate información sobre
Mephistopheles totalmente inaccesible para él y Fate le complicaría las cosas a
Mephistopheles a cambio.
El objetivo de Fate era acabar con Mephistopheles y su
jefe, Duke, en South Town, mientras Seth trataba de conducir el sindicato a su
destrucción y, de paso, acabar con los peces gordos de Addes.
Ambos formalizaron una relación calculada, usando y
dejándose usar por el otro, que funcionó, al menos hasta cierto punto. Su único
fallo de cálculo fue el asesinato de Fate antes de que Seth lograra su
objetivo.
Después de la fiesta, Seth había vuelto a su oficina
alentado por la brisa de la tarde y se había encontrado un sobre blanco
esperándole sobre la mesa de cristal.
Seth dejó escapar un amargo suspiro al observar la
carta con el sello de guadañas y alas de ave de rapiña. Como no es la primera
vez que le invitan a KOF, Seth supone que Addes lo organiza y decide aceptar
esta oportunidad.
Pero puede que esos gemelos hayan decidido lo mismo,
Alba y Siree Meira, criados por Fate como hijos propios, ya se han cruzaron en
su camino.
Seth lanza la chaqueta del esmoquin y cae al sofá.
“Un profesional no deja que los sentimientos se
interpongan”.
Pero esta convicción no le ayuda a acostumbrarse a la
mirada vengativa de los gemelos. Sabe que Alba y Soiree creen que Seth utilizó
a Fate como señuelo, dejándole tirado cuando ya no le servía para nada.
Eso es falso, claro está, pero Seth comprende a Alba;
es muy joven para la verdad.
“Sé que siempre irán por mí por dejar morir así a Fate
pero…”.
Toma la botella de bourbon de la mesa, echa un buen
trago y deja escapar un profundo suspiro. Mira hacia el oscuro techo y empieza
a murmurar. Querría arreglar las cosas con esos dos gemelos… pero no encuentra
solución.
No era la primera vez que Seth tenía que sacrificarse
por el bien de la misión. Aun así, nunca conseguía quitarse el sabor amargo. Y
es más, esta vez se había sacrificado la vida de alguien más. Una persona había
muerto para salvar la vida de muchos.
No había sido en vano, pero sofismos como ese no
funcionaban mucho para la familia del fallecido.
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